17 enero 2008

Superbacteria homófoba (y otras historias)

El pasado martes leí una (escueta) noticia en el 20Minutos que más que alarma me causó incredulidad. En dicha noticia se decía que había aparecido en algunos hospitales de EEUU de San Francisco, Boston, Nueva York y Los Ángeles una cepa de una superbacteria que se está transmitiendo entre los homosexuales, y además añadía que dicha bacteria sería "realmente imparable" cuando llegara a la población general.

Además de ser una noticia evidentemente alarmista a pesar de ser de poco más de cien palabras, uno al leerla (o al menos en mi caso) no se la creía. La primera causa de ello probablemente sea al ver el titular (el de la portada y de la noticia en sí), que enfatizaba que dicha bacteria causaba alarma en la población gay, y que sólo parecía afectar a éstos. Yo pensé inmediatamente en una historia conspiratoria para cargarse a los homosexuales (como una de las teorías acerca de la creación de virus del SIDA). La segunda causa de mi incredulidad fueron las declaraciones de un tal Binh Diep, investigador de la Universidad de California: "cuando alcance a la población general, será realmente imparable". Dichas declaraciones no me parecen excesivamente sensatas, y más bien parece que esté intentado llamar la atención sobre sí mismo que sobre la superbacteria USA300 (sí, ése es su nombre). Y quizás otra razón más de la poca credibilidad que le daba (y doy) a la noticia es que buscando en la red de redes apenas hay unos pocos portales que la recogen.

Lo cierto es que la bacteria en cuestión sí que existe, aunque por ahora está restringida a ciertos lugares de los EEUU. ¿He dicho bacteria? Craso error, pues su correcta denominación, como ya he escrito líneas más arriba, es superbacteria, esto es, una bacteria resistente a los antibióticos (o al menos a los antibióticos convencionales). Y he ahí el verdadero quid de la cuestión, el uso y abuso de dichos medicamentos, que lo único que logran es que esos microscópicos bichitos cada vez estén más fuertes y se resistan más. Se trata de un tema realmente serio, pues de seguir así los medicamentos que ahora nos salvan la vida podrían volverse obsoletos y, por lo tanto, morirían personas por enfermedades que en la actualidad se consideran insignificantes. Aunque quizás hay alguien que sí que se puede beneficiar de tal hecho, y ese alguien evidentemente son las farmacéuticas, o sea, las empresas farmacéuticas (y no la farmacéutica a la que le compras... las aspirinas), y esto lleva a otra cuestión: ¿es posible que las propias multinacionales farmacéuticas creen superbacterias para después (o antes) crear superantibióticos? Lo cierto es que es posible, ¿quién nos asegura que algunas de esas enfermedades que arrasan poblaciones no sea fruto de una de esas multinacionales? Cuando los medicamentos se convierten en un lucrativo negocio es lógico pensar que quieran aumentar las ganancias, ¿o si no porque las grandes farmacéuticas no dejan de intentar que se pare de fabricar medicamentos genéricos? Si dichas empresas pensasen en la gente que salva sus medicamentos y no en los dividendos que le aportan seguro que no pondrían precios abusivos que hacen que los países del tercer mundo no puedan hacerse con ellas (y si lo consiguen, es a cambio de draconianos acuerdos entre los gobiernos y las multinacionales).


Quizás penséis que me he desviado del asunto, pero lo cierto es que tenéis razón, aunque sólo en parte. Yo quería escribir una entrada acerca de la cada vez más mermada credibilidad de los medios de comunicación, además de intentar plantear algunas cuestiones acerca del mal uso de antibióticos y el abuso de las multinacionales de los medicamentos (ver El Jardinero Fiel para haceros una pequeña idea de esto último). Más o menos he tocados dichos temas, aunque quizá el que apenas he rozado ha sido el primero de los mencionados.

¿Nos creemos las noticias que vemos en la televisión o leemos en la prensa? Cada vez es más común que cada medio cuente la noticia desde su punto de vista, o sea, que su información ha pasado por un prisma distorsionando los hechos, evadiendo la objetividad, poniendo énfasis en los sentimientos. Ya más que informar parece que intenten que lloremos, nos riamos o nos tapemos los ojos de horror, más que informar parece que cada vez más los informativos pretenden ser un mero espectáculo de entretenimiento, una suerte de reality show que nos describe lo que pasa aquí o allá, los presentadores pasan de tener los labios fruncidos a sonreír artificialmente el tiempo que tardan en cambiar de noticia. Además caen en la trampa de promocionar lo que están denunciado (como, por poner un ejemplo, la quema de fotos del rey). En definitiva, los noticiarios, la prensa en general, se está engullendo a sí misma para pasar a formar parte de los simples intereses de personas particulares, de los grandes accionistas.

La información es poder, un poder tal que es capaz de causar guerras, como la guerra entre España y Estados Unidos, que desencadenó el presunto hundimiento del Maine por parte de los españoles, y que acabó con la independencia de Cuba. Ésta se produjo en parte gracias a William Randolph Hearst, cuya prensa sensacionalista manipuló (al igual que lo hizo el propio gobierno de los EEUU, que probablemente fue el auténtico causante de la explosión) los hechos.

Al final sí que me he desviado de lo que pretendía escribir, pero aun así creo que el concepto en sí es el mismo del que pretendía explicar... o eso espero.

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